Manuelita – Escrito por Angélica García

MANUELITA

Manuelita

Conocí a Manuelita en el invierno de su vida. ¿Tendría setenta… ochenta años?, no lo sé, pero su espalda curvada hacia adelante pertenecía a un cuerpo viejo y cansado. Pero Manuelita trabajaba sin cesar. Siempre con la escoba en la mano, ocupada en sus quehaceres y siempre con una sonrisa en la cara, saludando a todo el que pasaba a su lado, en el corredor del edificio en el que tenía el cargo de conserje. Yo la veía cuando iba a visitar a una amiga que vivía en ese edificio. Siempre tenía un «buenos días, qué bien se le ve hoy o buenos días, qué lindos niños tiene», siempre una palabra amable para todos.

Manuelita vivía en el edificio, en un cuarto tan pequeño que solo le cabía su cama, un ropero y un pequeño anafre para cocinar. Cualquiera hubiera dicho que era imposible que compartiera ese cuarto con alguien más. Pero Manuelita, como tenía un corazón de oro, no le importaron sus estrecheces y llevó a vivir con ella a su amiga Shila, quien había quedado ciega y sin nadie que se ocupara de ella. Y no era que no tuviera hijos, sí los tenía y Manuelita también los tenía y en situación acomodada además, pero eran de esos hijos ingratos, que se olvidan de sus madres cuando ya son viejas. Así que esas dos ancianas, se acompañaban mutuamente y sobrevivían como podían con lo poco que ganaba Manuelita como conserje.

Shila enfermaba constantemente, casi siempre estaba en cama. Manuelita barría, iba al mercado, subía las escaleras, las bajaba, vigilaba si los inquilinos no dejaban luces encendidas, llaves goteando, etc. y aparte atendía a Shila, le daba de comer, le leía, la mantenía al día de lo que pasaba en el mundo.

Un día Shila no despertó. Manuelita, consternada, llamó a sus hijos para darles la noticia y para que fueran auxiliarla. Pero pasaban las horas y ellos no llegaban, Manuelita no sabía qué hacer. A su tristeza, se añadía la desesperación y la angustia de no tener los medios para enterrar a su amiga. Por fin después de muchas horas apareció uno de los hijos de Shila, pero no quería hacerse cargo de ella. Manuelita tuvo que rogarle para que lo hiciera. Finalmente se la llevaron y Manuelita se quedó sola en el mundo.
No supe de ella en mucho tiempo, pues me fui a vivir a otra ciudad, pero después supe que tras la muerte de Shila, Manuelita se fue apagando cada día más, hasta que Dios tuvo compasión de ella y la libró de su terrible cansancio y soledad.

Manuelita es un ejemplo de amistad, hospitalidad y desprendimiento. Muchas veces no queremos dar, teniendo mucho para dar; ella no tenía casi nada, sin embargo dio lo poco que tenía a quien lo necesitaba. A veces no queremos recibir a nadie en nuestras casas, teniendo espacio, buscamos excusas; ella apenas tenía espacio en aquel cuartito, sin embargo, lo compartió con su amiga.

Hay muchos grandes seres humanos, modelos de amor y bondad, que pasan desapercibidos por la vida, en cambio hay otros que se hacen populares y ricos y la gente los aclama, siendo por dentro seres ególatras y mezquinos. Pero para Dios, los buenos corazones que practican el amor como Cristo lo enseñó, no pasan desapercibidos. Recordemos que para Jesús no pasó desapercibida la ofrenda de la pobre viuda que dio lo poco que tenía, sino que la destacó por sobre la ofrenda de los ricos, porque lo valioso delante de Dios no fueron las dos blancas que echó en el arca de las ofrendas, sino la actitud de la mujer.

Lo que realmente vale en esta vida, no es lo que llevamos en los bolsillos sino lo que llevamos en el corazón.

«Y de hacer el bien y de la ayuda mutua no os olvidéis; porque de tales sacrificios se agrada Dios» Hebreos13:16

Escrito por: Angélica García Sch.

Para: www.mujerescristianas.org

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