El valor de la vida

EL VALOR DE LA VIDA

El valor de la vida

Elisa se sentó en la cama, estaba decidida. Miró el frasco con las pastillas, lo abrió y fue sacándolas una a una. Las puso sobre la cama y se quedó contemplándolas. «Esto representa el fin de mis sufrimientos, la mejor solución a mi soledad», pensó. Iba a echarse un puñado de pastillas a la boca, cuando tocaron a la puerta. Se detuvo un instante, se preguntó quién podría ser, pero se convenció de que no debía hacer caso, tenía que continuar con lo suyo. Tenía la mano con las pastillas a un milímetro de su boca, cuando tocaron otra vez insistentemente. Eso la puso nerviosa, parecía que la persona que estaba afuera, sabía lo que ella estaba a punto de hacer. Pensó esperar a que dejaran de tocar, pero no sucedió así, tocaban desesperadamente.

Entonces decidió ir a abrir, enojada por haber sido interrumpida en aquellos momentos tan cruciales para ella. Abrió la puerta y ahí estaba una niña pequeña, que le dijo con una dulce vocecita: «Buenas tardes señorita, soy la hija de sus nuevos vecinos y vengo a pedirle un favor…»Elisa se sintió desconcertada y le pidió que le dijera lo que se le ofrecía. La niña continuó: «Mi mamá está en silla de ruedas señorita, ella no puede caminar. Mi papá se va a su trabajo y yo voy a la escuela, así que ella se queda sola casi todo el día y no tiene con quien hablar. Por eso yo le quiero pedir que por favor se haga su amiga y vaya a mi casa a conversar con ella cada vez que pueda. ¿Me haría ese favor señorita? Se lo suplico por lo que más quiera…» La mujer estaba muy sorprendida y no pudo negarse. Entonces la niña la tomó de la mano, diciendo: «Venga señorita, venga para que le presente a mi mamá» Fue prácticamente arrastrada por la niña hacia la casa contigua.

Entraron a la casa, se respiraba una profunda paz allí. La mujer en la silla de ruedas sonrió dulcemente al verla, aunque sorprendida de su visita. La niña dijo: «Mira mamá, te presento a nuestra vecina, ella vendrá a hacerte compañía para que no estés solita» La mujer sonriendo, comprendió que eso había sido idea de su hija y se disculpó con Elisa. Pero Elisa estaba maravillada y le dijo que con mucho gusto iría a hacerle compañía cada vez que pudiera. La mujer la invitó a sentarse y ella lo hizo. Le parecía que esa niña había sido un ángel enviado por Dios para evitar que cometiera una locura. Observaba a esa mujer atada a una silla de ruedas, como sonreía, tan tranquila, tan feliz. Sintió vergüenza de sí misma. La niña subió a su habitación para hacer sus tareas y las dejó solas.

Estuvieron hablando de muchas cosas. Ana le contó que había perdido la movilidad de las piernas en un accidente y que había estado muy deprimida, sin deseos de vivir. Había intentado quitarse la vida un par de veces incluso, pero siempre ocurría algo que lo impedía. «Dios quería que yo viviera», exclamó, «Él tenía un propósito para mí… y para ti también Elisa, para ti también». Esas palabras le llegaron al fondo del corazón. Entonces Ana, tomó un libro que estaba sobre una mesita junto a la silla de ruedas y le dijo: «Este libro me ha hecho recobrar las ganas de vivir. Es la Biblia, la Palabra de Dios. He aprendido que Dios es el dueño de mi vida y que solo Él tiene derecho a darla y a quitarla. Y he aprendido que la vida es bella si lo tengo a Él y que no debo basar mi vida en las circunstancias que me rodean, porque las circunstancias cambian, pero Él no cambia. Él es mi esperanza, mi consuelo. He aprendido a ser menos egoísta, tratar de quitarme la vida era un acto egoísta, no pensaba en el dolor que iba a causar a los míos, me importaba solo dejar de sufrir…» Ana no sabía que sus palabras estaban taladrando el corazón de Elisa. Hasta parecía que sabía lo que Elisa había estado a punto de hacer. Ana no lo sabía, pero Dios sí lo sabía.

Elisa no se dio cuenta cómo pasó el tiempo escuchando a Ana, por la cual ya sentía un gran afecto. Cuando salió de la casa, ya era de noche. Entró a su habitación y vio las pastillas desparramadas sobre la cama. Las lágrimas brotaron de sus ojos. Ahora sentía ganas de vivir, no se lo explicaba, pero las palabras de Ana, habían tenido un gran efecto en su corazón. ¿Cómo fue que en el preciso momento en que ella estuvo a punto de quitarse la vida, alguien apareció para hablarle justamente del valor de la vida y el amor de Dios y le hizo comprender tantas cosas? No cabía la menor duda, había sido obra de Dios. La gran soledad que antes sentía y que había sido el motivo por el cual había decidido terminar con su vida ya no existía, ahora tenía una gran amiga y las dos se necesitaban. Entonces tomó las pastillas, las metió en una bolsa y las tiró a la basura.

«Así como la lluvia y la nieve descienden del cielo, y no vuelven allá sin regar antes la tierra y hacerla fecundar y germinar para que dé semilla al que siembra y pan al que come, así es también la palabra que sale de mi boca: No volverá a mí vacía, sino que hará lo que yo deseo y cumplirá con mis propósitos»

Isaías 55:10-11

Escrito por: Angélica García Sch.

Para: www.mujerescristianas.org

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