MAMÁ, ¿EXISTE SANTA CLAUS?

MAMÁ, ¿EXISTE SANTA CLAUS?

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–      ¡Mamá, mamá!, ¿existe Santa Claus? Todos los niños dicen que le escribieron una carta a Santa Claus- preguntó Carlitos a su mamá, al llegar de la escuela.

–      En realidad Santa Claus no existe, hijo. Es un mito, un invento de la gente…

–      ¡Pero ellos dicen que sí existe mamá y que yo seré el único a quien no le traerá regalos, porque no le he escrito una carta!- respondió Carlitos, muy triste.

¿Qué hacer si nuestros niños nos lanzan este tipo de argumentos en vísperas de Navidad? Sabemos que como cristianos no debemos seguir la corriente del mundo por muy bonita que no las pinten, porque ya sabemos de dónde proviene esto, del rey de las apariencias, de aquel que se disfraza de ángel de luz para engañar a los seres humanos. Nuestros hijos deben saber que la Navidad es la celebración del nacimiento de Jesús y no tiene ninguna relación con el personaje ficticio llamado Santa Claus. Los niños pequeños pueden sentirse confundidos si todos sus compañeros se emocionan con un acontecimiento en el que ellos nunca han participado.

Entonces convendría contarles el origen de la historia. Hay muchas versiones de la leyenda de Nicolás de Myra, mejor conocido como San Nicolás, este personaje es el punto clave respecto al origen de Santa Claus. Se dice que vivió en el siglo IV y que nació de padres cristianos, que al morir le dejaron una considerable herencia, que él distribuyó entre los pobres de su localidad. Aparte, gustaba de repartir regalos anónimamente, lo cual lo hizo famoso por su generosidad y así, basándose en este personaje, nació el que se haría doblemente famoso: Santa Claus. Para muchos, incluso hasta para algunos padres cristianos, el incluir a Santa Claus en las festividades navideñas, no tiene nada de malo, pues piensan que le añade “magia y emoción” a la celebración, siempre y cuando se les diga a los niños que el verdadero motivo es el nacimiento de Jesús…

Otros padres no lo incluyen, pero les dicen a sus hijos que es Jesús quien trae los regalos, en ambos casos se les miente. Jesús nos ha traído el más grande regalo, el de la salvación y lo recibimos una sola vez, no cada 24 de diciembre, así como su sacrificio fue una sola vez y para siempre. Vivimos dentro de una sociedad en que la mentira, si es por una “buena causa”, es considerada aceptable. Les decimos a los niños que no deben mentir, pero muchas veces les mentimos a ellos, recurriendo a las llamadas “mentiritas piadosas”.

Una mentira es una mentira para Dios, no hay diferencias. Es necesario que los hijos confíen en sus padres, que estén seguros de que ellos no les mienten, cuando hay confianza, hay respeto. La imagen de Santa Claus que se les transmite a los niños, es la de un viejito bonachón que tiene una fábrica de juguetes enorme en el polo norte y los reparte, alrededor de todo el mundo, cada Navidad, entre los niños que se han portado bien. Es natural que los niños se entusiasmen con la idea de recibir regalos, pero no hay que colaborar a que esto se convierta en el principal motivo de la Navidad para ellos y menos si provienen de un personaje falso.

Es difícil que aprendan a valorar el esfuerzo de un padre para hacerles un regalo, si ni siquiera se enteran que éste ha sido quien trabajó para tal fin. Además, se les está fomentado la codicia y el materialismo, en unas fechas en que lo que más debemos ponderar es el dar y no el recibir. También está el caso de aquellos niños cuyos padres carecen de los recursos económicos para darles un regalo.

Esos niños, al ver que otros recibieron regalos y ellos no, se sienten ignorados por el anciano vestido de rojo, además de culpables y avergonzados, porque llegan a la única conclusión posible para ellos, que es: “no he sido bueno, por eso Santa no me trajo nada”. Habla siempre la verdad a tus hijos, explícales el verdadero  motivo de la Navidad, que es el nacimiento de nuestro amado Salvador.

 

“El que quiera amar la vida y gozar de días felices, que refrene su lengua de hablar el mal y sus labios de proferir engaños” 1 Pedro 3:10

Escrito por: Angélica García Sch.

Para: www.mujerescristianas.org

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