Reflexión – Todo lo que hagamos, hagámoslo bien

TODO LO QUE HAGAMOS, HAGÁMOSLO BIEN

 

Sofía entró a su habitación y sentándose en la cama, comenzó a llorar. No aguantaba más, se sentía desolada, ¿hasta cuándo tenía que soportarlo? Su marido había llegado otra vez borracho, insultándola y empujando los muebles, tirando cosas, etc. Siempre era la misma actitud cuando bebía. Sofía no entendía por qué se portaba así con ella, se consideraba buena esposa en todos los aspectos, mantenía la casa muy limpia, educaba bien a sus hijos, atendía a su marido como a un rey… ¿por qué entonces la insultaba?

Cuando él estaba sobrio, ella le preguntaba el por qué de su actitud, a lo que él respondía: «No me hagas caso, estaba borracho» Pero Sofía ya no podía más, de nada servían las palabras para persuadirlo a que ya no bebiera. Parecía que mientras ella más se esmeraba en ser una esposa ejemplar, él le correspondía peor. Sofía sabía de mujeres que no atendían bien a su marido, que no les tenían la comida lista cuando llegaban, que no les planchaban la ropa, etc., sin embargo, sus maridos eran buenos maridos, las consentían y las trataban bien. ¿Tengo que ser descuidada o mala esposa para que no me trate así?, se preguntaba.

Un día, una amiga le dijo: «No seas tan perfecta… y no pienses que te lo digo como para que te desquites de él, no, es que a algunos hombres les molesta que su mujer sea tan perfecta, que los opaquen, que sean lo que ellos no pueden ser, maridos perfectos». Esta declaración dejó fría a Sofía, ella solo quería cumplir bien con su papel, era cierto que a veces exageraba el cuidado de la casa, que no quería que hubiera una mota de polvo en los muebles, que su comida debía ser como la de un chef, que su casa entera debía relucir como ninguna, pero… ¿no era eso ser una buena esposa? «¡Quién entiende a los hombres!» le dijo a su amiga.

Esta ilustración concuerda perfectamente con el caso de muchos cristianos, que reciben críticas y burlas de parte de sus familiares no cristianos o en sus lugares de estudio o trabajo. Reciben críticas y burlas por obrar correctamente, por no participar en cosas mundanas, etc. Mucha gente no soporta esto, porque saben que está bien, pero ellos no se sienten capaces de ser así, su naturaleza se los impide. Pero lo que no saben es que ese cristiano, del que tanto se burlan, no es así por mérito propio, que antes también estaba dominado por esa naturaleza humana, que se inclina más a lo malo que a lo bueno. Pero, al conocer a Cristo, se convirtió en una nueva criatura, esa naturaleza pecaminosa quedó atrás y es por caminar con Cristo que le es posible actuar de manera correcta. Los cristianos no somos perfectos porque somos humanos, pero aspiramos a la perfección en Cristo, porque es un mandato: «Por tanto, sean perfectos, así como su Padre celestial es perfecto» (Mateo 5:48) Cualquier persona, puede ser mejor persona si se deja dirigir por el Señor.
Como hijos de Dios, tenemos que ser dignos de nuestro Padre y nuestra conducta debe ser intachable. Esta búsqueda de la perfección en Cristo no debe confundirse en ningún momento con el orgullo, con el mérito propio. Si tratamos de hacer todo bien, de poner todo nuestro talento, todo nuestro esfuerzo en hacer lo que hacemos, es porque la Palabra de Dios lo dice: «Hagan lo que hagan, trabajen de buena gana, como para el Señor y no como para nadie en este mundo» (Colosenses 3:23 NIVI) Si todo el mundo tuviera esta actitud, éste sería otro mundo. Si todas las personas obedecieran este mandamiento, todos los libros de superación personal que existen en el mundo, estarían sobrando.
Es triste que en las escuelas o en los lugares de trabajo, la mayoría está solo pensando en la hora de salida. La oportunidad de aprender, tanto como la oportunidad de trabajar, es un privilegio, una bendición de Dios. Hay tanta gente en el mundo que anhela poder estudiar y más tarde ejercer su profesión para ser alguien, pero no tienen esa oportunidad. Y también hay tantos que teniéndola, desaprovechan esta oportunidad, siendo estudiantes o trabajadores mediocres. Esto significa despreciar la bendición.
Nunca te avergüences de hacer lo correcto, no importa las críticas y burlas de los demás. Sigue el camino a la perfección en Cristo, sin importar lo que digan los demás, lo que importa es lo que diga Dios. Haz lo correcto siempre, esfuérzate y sé valiente en todo lo que emprendas, porque todo lo puedes en Cristo, que te fortalece. Usa los talentos que Dios te dio y perfecciónate en lo que haces. Lo que hagas, hazlo bien y si tu trabajo es para el Señor, hazlo mejor.

No es que ya lo haya conseguido todo, o que ya sea perfecto. Sin embargo, sigo adelante esperando alcanzar aquello para lo cual Cristo Jesús me alcanzó a mí. Hermanos, no pienso que yo mismo lo haya logrado ya. Más bien, una cosa hago: olvidando lo que queda atrás y esforzándome por alcanzar lo que está delante, sigo avanzando hacia la meta para ganar el premio que Dios ofrece mediante su llamamiento celestial en Cristo Jesús. Filipenses 3:12-14

Escrito por: Angélica García Sch.

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